Los salones de baile en la Ciudad de México: origen, ocaso y resistencia

salones de baile en ciudad de méxico

Los salones de baile aparecieron por primera vez en la historia de occidente en las ciudades renacentistas. A mi me gustaría imaginar que su origen está en las calurosas y alegres tierras del trópico, entre manos que golpean el cuero de un tambor, pulmones que desfallecen en un metal y pies que no dejan de moverse. Pero no, su génesis estuvo entre un montón de gente acartonada que ocupaba los salones como espacios que se aprovechaban para reforzar relaciones sociales que terminarían por definir acuerdos políticos. Se hacía burocracia, mientras de fondo se montaba una coreografía de algo que entonces llamaban baile: no imagino la cantidad de niños que se quedaron dormidos entre dos sillas.

En México, como otras tantas cosas, la costumbre se adoptó como resultado de la conquista española. Los salones de baile aparecieron dentro de las grandes casas en las que vivían los peninsulares y criollos, y posteriormente en la época de la República Restaurada (1867), aparacieron en Ciudad de México como parte de los servicios públicos que ofrecía la capital del país a una burguesía naciente. Y sí bien el concepto venía con sello de importación, el mexicano no tardó en darle su esencia, chispa e ingenio para convertirlo en un patrimonio cultural que marcó a generaciones enteras de capitalinos.

Los primeros pasos

Los primeros salones de baile fueron ubicados en el centro de la ciudad y en su mayoría pertenecían a empresarios franceses. Posteriormente comenzaron a aparecer dentro de las “quintas”, que eran casas de campo instaladas en la periferia de la ciudad.

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Foto: Especial

Para esa época, los sectores populares acostumbraban a realizar sus bailes en las pulquerías, tepacherías, cantinas, patios de vecindades y en la propia calle durante las fiestas. Fue a través de las quintas que comenzaron a tener acceso a los salones de baile, instalados a cada uno de los costados de los canales que corrían de sur a oriente de la ciudad. También se bailaba al aire libre, arriba de las populares “canoas fandangueras”, que no solo servían de medio de transporte sino también de una pista flotante que sería un ancestro directo de los “autobuses fiesta” que circulan por Reforma.

Fue hasta principios del siglo XX que los salones de baile aparecieron tal y como los conocemos hoy en día. La mayoría ocuparon un piso en los edificios ubicados en el centro de la ciudad y posteriormente, en la década de los veinte, comenzaron a construirse inmuebles especialmente diseñados para la práctica de los bailes de pareja. Mientras la clase alta asistía al High Life Dancing Tea que se encontraba en San Ángel, las clases populares abarrotaban lugares como el Azteca, el Tivolito o el mítico Salón México en la colonia Guerrero.

En México, como en otras latitudes del continente, los salones de baile dejaron de ser un espacio en los que se fraguaban movimientos sociales o se revisaban entresijos políticos. A nadie le interesaba ponerse a charlar sobre la salud del presidente, la gente acudía por una sola razón: bailar hasta que los pies no dieran más.

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Foto: Especial

El ocaso

La desaparición de la mayor parte de los salones que operaban en la ciudad de México se dio de 1957 a 1963. La capital empezó a crecer considerablemente y la inseguridad en las calles también lo hizo. La construcción de grandes obras viales destrozó parte de la vida social de los antiguos barrios y un nuevo medio de entretenimiento apareció dentro de las casas de los mexicanos: la televisión. Todo esto influyó para que la gente comenzará a alejarse de los salones.

La filmación que en 1948 se hizo de la película Salón México tampoco aportó a la imágen de los salones de baile. Este melodrama cabaretero presenta un retrato totalmente distorsionado del ambiente que se daba al interior de estos recientos, relacionando la prostitución y la delincuencia con la pobreza. Los salones de baile sufrieron una estigmatización como lugares del crimen.

Y, por si fuera poco, a todas estas causas se agregó otra aún más determinante para el desmantelamiento masivo de estos lugares públicos: Ernesto Peralta Uruchurtu, conocido también bajo el ilustrativo y muy preciso apodo de “el regente de hierro”.

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Foto: Salón California

Durante su mandato como encargado de la ciudad prohibió besarse en la calle, decir piropos, los desnudos en escena y en las películas, disminuyó los horarios de cantinas, cabaretes y salones de baile, y ordenó el cierre de varios de ellos. El acoso constante que tuvieron las autoridades capitalinas en turno sobre los salones de baile se dio a través del método chilango predilecto para la extorsión: los impuestos, las “mordidas”, la prohibición de venta de cerveza y la imposición de un reglamento muy estricto.

La resistencia

Pese a que los salones de baile no han logrado recuperar el esplendor que tuvieron entre 1920 y 1950 en la capital, es un patrimonio cultural que se resiste a morir. El baile sigue siendo una de las expresiones predilectas del mexicano y los salones siguen encontrando su nicho en aquellos que prefieran los ritmos tropicales, la salsa colombiana, el son cubano, el danzón, el mambo, el chachachá o el merengue para bailar en pareja, antes que los ritmos modernos que revientan y acaparan la vida nocturna en los bares y antros.

Son varios los salones de baile que han sobrevivido a las inclemencias del tiempo, los estigmas y la prohibición. Las historias que cuentan sus pistas de baile y los ecos de sus paredes siguen cautivando a viejos, jóvenes, hombres y mujeres sin distinción.

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Soto: Salón Los Ámgeles

Entre los salones de baile vigentes en la CDMX encontramos el Salón Los Ángeles en la colonia Guerrero, que en su tiempo recibió a Frida y Diego, a García Márquez y Celia Cruz. El California Dancing Club en calzada de Tlalpan; o la “Catedral de la Salsa y la Rumba”, el icónico Salón Tropicana ubicado en Eje Central Lázaro Cárdenas.

No podemos olvidar el Salón Caribe el Rivera de San Cosme, el ya mencionado Salón México, que se mantiene en pie como la catedral del danzón, o el moderno salón La Maraka, ubicado en la Calle Mitla de la colonia Narvarte, un imperdible para todos los amantes de la buena salsa.

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